De chico soñaba con ser jugador de fútbol. Hasta que un día, a través de una curiosa estrategia, su padre lo entusiasmó con el piano y nunca más dejó una pasión que hasta le valió ser tentado para acompañar nada menos que a Julio Sosa.
A los 22 años le habían dicho que reemplazaría por un mes al profesor Isaías Orbe en el Colegio San José. Se quedó 29 años. Ahí, como a lo largo de su vida, la sencillez, la honestidad, la dedicación y el bajo perfil lo convirtieron en “el profesor de música Héctor Maisano”. Una leyenda viviente. El más amado que pisó la escuela.
A los 22 años le habían dicho que reemplazaría por un mes al profesor Isaías Orbe en el Colegio San José. Se quedó 29 años. Ahí, como a lo largo de su vida, la sencillez, la honestidad, la dedicación y el bajo perfil lo convirtieron en “el profesor de música Héctor Maisano”. Una leyenda viviente. El más amado que pisó la escuela.
Yo me animo
La fiesta con la cual el Colegio San José homenajeaba hace pocos meses a su personal más antiguo transcurría con las emociones habituales de esos encuentros, hasta que por los parlantes una voz pidió que pasara a recibir su medalla Héctor Maisano. Entonces, el chico que todos los ex alumnos llevaban dentro construyó una ovación unánime y espontánea. Ciento de manos aplaudieron a rabiar. Era el testimonio y el premio más grande de todos para el “profesor”; sin duda, la figura más querida que pisó el Colegio San José.
La historia empezó con una suplencia: “Estaba trabajando en la Escuela Municipal, que habíamos inaugurado en 1962 con el recordado maestro Orbe y las dos hermanas Cid, Cristina y Graciela, y a Orbe le apareció un problema en el corazón y pidió a ver si podía reemplazarlo un mes, porque debía hacer un tratamiento en Buenos Aires”, recordó Maisano en una extensa charla con Acento Propio. Una excusa para escuchar confidencias y rendir un nuevo homenaje a una de las figuras ineludibles de Tandil.
“Le dije -recuerda el profesor, de sus inicios-: `Está bien, Maestro, yo me animo. Ahora, no sé… no conozco nada, al San José nunca fui´. El Maestro me llevó y me presentó. Me llevó a primero, a segundo, a tercero, a cuarto año. Me miraban de arriba abajo. Para colmo, yo era medio moderno para vestir y usaba la patilla media larga: tenía las lanas que ya no tengo… Y me hice cargo. Pasó el mes, vinieron las vacaciones. Listo. Pensé que había terminado todo. Pero no. Por ese entonces, con 22 años, yo tocaba en las orquestas desde los 15. Un domingo venía de actuar en el último baile del carnaval en Unión y Progreso (se hacían como quince bailes seguidos) y me acosté a las 7 de la mañana. Estaba a punto de empezar el año lectivo, y me llamó un amigo, Hugo Echevarne, el secretario del Colegio San José: al maestro Orbe le había dado un infarto.
Hugo me dijo que tenía que hacerme cargo otra vez. `Mirá, hace una horita que me acosté, ¿cómo voy a ir a dar clases así? No puedo, imposible´, le dije.
-Tenés que venir- insistió-.
-No, disculpalme, así no voy.
-Entonces empezás a las 2 de la tarde.
-Bueno, está bien, voy.
Creí que era pasajero. Pero luego también me hice cargo del primario. Al final, pasaron 29 años”.
-Y en un colegio bastante ortodoxo por cierto…
-Sí, ¿qué te parece?, pero a mí me gustaba mucho la enseñanza. Estaba en eso desde 1962, y además, paralelamente, trabajaba de noche los fines de semana.
-¿A los curas no les molestaba esa situación?
-Y… eran más clásicos, pero yo necesitaba trabajar. Y, encima, viajaba los domingos, porque estudiaba los lunes en Buenos Aires.
-Hace poco fue el más ovacionado por varias generaciones de alumnos.
-Sí, en la Rural. Fue algo hermoso. Esa relación con los pibes es un capital hermoso. Me paran por la calle, me saludan… A algunos no los reconozco porque, claro, están casados, con barba, pelo largo. Qué se yo por qué me quieren… tal vez por mi forma de ser, mi carácter; además, era un tipo que andaba en todos lados, tenía mucho contacto con gente. Y les enseñaba en serio. O, tal vez, porque a mí la plata nunca me interesó, no sé… porque el éxito, en la época que yo estaba en el San José, tampoco se pensaba como ahora. No era tanta la exigencia material. De lo único que me preocupaba era de que los chicos tuvieran un ejemplo de moral y de ética; cómo comportarse en la vida, y que hay que luchar en ese aspecto. No hay como la escuela para eso.
La mano de Dios
Aunque parezca extraño, Maisano no siempre tuvo vocación por la música. “Fue la mano de Dios”, dice él, un profundo creyente.
Por entonces, su familia vivía en Juan N. Fernández. “Mi papá fue a tocar con una orquesta allá, se conocieron con mi mamá, se casaron y formaron un cuarteto, en el que mi madre tocaba el piano embarazada de mí. Y el piano quedó. Después lo trajeron a Tandil. Cuando yo era un poco más grande mi padre me dijo: “Estudiá”. Pero no, yo quería ser jugador de fútbol, ¡qué piano ni piano! ¡Si encima decían que era para mariquitas! Si habré tenido problemas con los pibes… Me he agarrado a piñas y todo, porque yo estaba con la profesora, pasaban y me decían `qué hacés, marica…´. Imaginate: una vez la dejaba pasar, dos… pero, cuando ya no estaba la vieja mirándome desde el zaguán, se armaba.
La fiesta con la cual el Colegio San José homenajeaba hace pocos meses a su personal más antiguo transcurría con las emociones habituales de esos encuentros, hasta que por los parlantes una voz pidió que pasara a recibir su medalla Héctor Maisano. Entonces, el chico que todos los ex alumnos llevaban dentro construyó una ovación unánime y espontánea. Ciento de manos aplaudieron a rabiar. Era el testimonio y el premio más grande de todos para el “profesor”; sin duda, la figura más querida que pisó el Colegio San José.
La historia empezó con una suplencia: “Estaba trabajando en la Escuela Municipal, que habíamos inaugurado en 1962 con el recordado maestro Orbe y las dos hermanas Cid, Cristina y Graciela, y a Orbe le apareció un problema en el corazón y pidió a ver si podía reemplazarlo un mes, porque debía hacer un tratamiento en Buenos Aires”, recordó Maisano en una extensa charla con Acento Propio. Una excusa para escuchar confidencias y rendir un nuevo homenaje a una de las figuras ineludibles de Tandil.
“Le dije -recuerda el profesor, de sus inicios-: `Está bien, Maestro, yo me animo. Ahora, no sé… no conozco nada, al San José nunca fui´. El Maestro me llevó y me presentó. Me llevó a primero, a segundo, a tercero, a cuarto año. Me miraban de arriba abajo. Para colmo, yo era medio moderno para vestir y usaba la patilla media larga: tenía las lanas que ya no tengo… Y me hice cargo. Pasó el mes, vinieron las vacaciones. Listo. Pensé que había terminado todo. Pero no. Por ese entonces, con 22 años, yo tocaba en las orquestas desde los 15. Un domingo venía de actuar en el último baile del carnaval en Unión y Progreso (se hacían como quince bailes seguidos) y me acosté a las 7 de la mañana. Estaba a punto de empezar el año lectivo, y me llamó un amigo, Hugo Echevarne, el secretario del Colegio San José: al maestro Orbe le había dado un infarto.
Hugo me dijo que tenía que hacerme cargo otra vez. `Mirá, hace una horita que me acosté, ¿cómo voy a ir a dar clases así? No puedo, imposible´, le dije.
-Tenés que venir- insistió-.
-No, disculpalme, así no voy.
-Entonces empezás a las 2 de la tarde.
-Bueno, está bien, voy.
Creí que era pasajero. Pero luego también me hice cargo del primario. Al final, pasaron 29 años”.
-Y en un colegio bastante ortodoxo por cierto…
-Sí, ¿qué te parece?, pero a mí me gustaba mucho la enseñanza. Estaba en eso desde 1962, y además, paralelamente, trabajaba de noche los fines de semana.
-¿A los curas no les molestaba esa situación?
-Y… eran más clásicos, pero yo necesitaba trabajar. Y, encima, viajaba los domingos, porque estudiaba los lunes en Buenos Aires.
-Hace poco fue el más ovacionado por varias generaciones de alumnos.
-Sí, en la Rural. Fue algo hermoso. Esa relación con los pibes es un capital hermoso. Me paran por la calle, me saludan… A algunos no los reconozco porque, claro, están casados, con barba, pelo largo. Qué se yo por qué me quieren… tal vez por mi forma de ser, mi carácter; además, era un tipo que andaba en todos lados, tenía mucho contacto con gente. Y les enseñaba en serio. O, tal vez, porque a mí la plata nunca me interesó, no sé… porque el éxito, en la época que yo estaba en el San José, tampoco se pensaba como ahora. No era tanta la exigencia material. De lo único que me preocupaba era de que los chicos tuvieran un ejemplo de moral y de ética; cómo comportarse en la vida, y que hay que luchar en ese aspecto. No hay como la escuela para eso.
La mano de Dios
Aunque parezca extraño, Maisano no siempre tuvo vocación por la música. “Fue la mano de Dios”, dice él, un profundo creyente.
Por entonces, su familia vivía en Juan N. Fernández. “Mi papá fue a tocar con una orquesta allá, se conocieron con mi mamá, se casaron y formaron un cuarteto, en el que mi madre tocaba el piano embarazada de mí. Y el piano quedó. Después lo trajeron a Tandil. Cuando yo era un poco más grande mi padre me dijo: “Estudiá”. Pero no, yo quería ser jugador de fútbol, ¡qué piano ni piano! ¡Si encima decían que era para mariquitas! Si habré tenido problemas con los pibes… Me he agarrado a piñas y todo, porque yo estaba con la profesora, pasaban y me decían `qué hacés, marica…´. Imaginate: una vez la dejaba pasar, dos… pero, cuando ya no estaba la vieja mirándome desde el zaguán, se armaba.
“Bueno, entonces mi viejo era un permanente `estudiá, estudiá y estudiá´. Y yo que no quería saber nada. El insistía, me trataba de incentivar con el bandoneón, para que lo acompañara. Un día se cansó: `¿Así que no querés estudiar?´. Entonces agarró y cerró el piano con llave. Yo tendría 13 o 14 años. Me quedé pensando, mirando el techo. Me planteé: `Por qué no aprovechar el piano, si está acá´. Y Dios me iluminó. A los dos o tres días le dije al viejo que quería tocar el piano, y me dijo: `No, ahora no. Ahora ya no´.
-Pero yo quiero estudiar ahora…
-Ahora no, no lo hiciste cuando te dije. Ahora, no.
Esperé unos días más. Y volví a la carga. Le dije: `Papá, ¡quiero estudiar piano! Ya vi a una profesora y todo (una señora que vivía a la vuelta de casa)´. Me comprometí. Y él me dio las llaves.”
El piano de los Maisano nunca más se cerró. Y el entusiasmo creció cada vez más. “Nos juntábamos para tocar en los cumpleaños, con mi viejo, solo o como fuera, y a los quince años debuté con una orquesta que se llamaba “Los Zorros Grises".
“Mi padre tocaba con Ferrer y había un pianista de España que era muy bueno, y papá le dijo a Ferrer: `¿qué te parece si traemos al pibe?´. Ferrer tenía dudas: `¿Andará? Vamos a probarlo´. Ferrer escribía las partituras. La verdad, el primer tiempo me costaba una barbaridad; yo pensaba que no iba a andar. `Estudiá, que vos vas a andar´, me apoyaba mi padre. Y estudié, estudié y estudié. Me fui entusiasmando, y luego pasé a hacer yo mismo los arreglos. Después, formé el Cuarteto París, y ni pensar en dejar”.
Juventud alegre y pura…
Aunque la docencia y el tango le deparaban una vida a pleno, un día Maisano se preguntó qué iba a ser de su vida: “¿Soy un buen músico o me tomo esto como un hobby? ¿Pongo el pie en el tren o me quedo en Tandil?”. No anduvo con vueltas: “Me dije: `quiero ser un buen músico´, y me fui a estudiar”. Maisano buscaba profundizar experiencias en armonía, contrapunto y composición. Buscaba la “universidad” de la música, con los profesores José Luis Gregorio, el maestro José Martillota y Pedro Arturo Aguilar.
La elección, obviamente, le dio vastos conocimientos; pero, sobre todo, gratificación espiritual. Eso sí, el dinero siempre lo vio desde lejos. “Si me hubiera dedicado a la cumbia hubiera ganado mucho más”, bromea hoy Maisano, sin arrepentimientos. “Pero siempre fui de perfil bajo. Ni siquiera me gustó que vinieran a entrevistarme cuando estrenaron una obra mía en Olavarría”.
-¿Por qué ese perfil tan bajo?
-No lo elijo: soy así, soy yo. Cuanto más inadvertido paso, para mí mejor.
-Las gratificaciones materiales son escasas para los músicos de estos géneros. Otro, en su lugar, tal vez se sentiría que hubo un poco de injusticia…
-No sé. Injusticia fue lo que sucedió con Piazzolla en la Argentina: fue el músico del siglo XX y ¿cómo lo trataron? Como la última porquería. Tuvo que luchar contra todo el mundo, contra sus propios colegas. Decían que era el asesino del tango. Y nunca hubo tal asesinato.
-Convengamos que usted es un fanático.
-Es que, además del genio, fue el músico que obligó, con su forma de ser y de transmitir la música, a que los demás músicos volvieran a estudiar. Porque antes se vivía de noche y se dormía de día; no se estudiaba. De golpe, hubo que estudiar y, claro, ahora hay tantos que tienen la influencia de él… Fue como Wagner, en 1810, que dejó tanta influencia que durante muco tiempo no podían despegarse de él.
-Con esa formación es de imaginar que usted odia a Los Beatles.
-¡¡¡Nooo!!! Para mí, los Beatles son extraordinarios. Me enloquecieron. Me encantaron los temas que tenían. `Esto es distinto a todo´, dije, ¡Las voces que han creado! Y, con el tiempo, se fueron superando en una forma brutal.
-¿Ya no existe más esa dedicación que cultivaban los músicos en aquel entonces?
-Si, cómo no. Eso es algo que no se va a terminar nunca. En Tandil tenemos a Javier Logioia, nieto de Orbe, que ganó el concurso para director estable de la Sinfónica de Buenos Aires, y va a dirigir una ópera en el Teatro Argentino.
-Tipos que entregan su vida a una pasión.
-Es que es así. En todo debe ser así. Hace poco estaba el pibe este… el tenista famoso, Mariano Zabaleta, corriendo, y detuvo su entrenamiento para saludarme, de lejos: “Chau profe, genio”, y me pregunté, “¿por qué me dice esas cosas?” Y yo creo que tal vez sea por las cosas que les he dicho a los chicos en clase, porque perciben que uno les habló con sinceridad, con palabra simples. Y eso es involucrarse. Hay que involucrarse.
-No se olvide que esta es una publicación política… y eso último es toda una definición política.
-Y está bien. A los 70 años, yo soy un convencido de que hay que participar y debatir. Este país no ha tenido equilibrio: hemos ido de una gran dictadura a un gran libertinaje. Y así es que la Argentina aún no salió del infierno. Pero mientras haya gente honesta, yo veo que hay una luz después de muchos años de oscuridad. Y en Tandil, creo que, de una vez por todas, hay que buscar gente honesta, que tenga un pasado del cual no avergonzarse, y que se comprometa a trabajar con honestidad. Es lo que dije al frente del aula, siempre: “Alguno de ustedes, el día de mañana puede ser diputado, o Presidente los señalaba a los pibes- y tienen que tener un futuro que sea honesto. Compórtense con honestidad. Sé que hay cosas de la escuela que no les gustan, pero es eso lo que los va a formar. No hay mejor capital que la honestidad.
-Pero yo quiero estudiar ahora…
-Ahora no, no lo hiciste cuando te dije. Ahora, no.
Esperé unos días más. Y volví a la carga. Le dije: `Papá, ¡quiero estudiar piano! Ya vi a una profesora y todo (una señora que vivía a la vuelta de casa)´. Me comprometí. Y él me dio las llaves.”
El piano de los Maisano nunca más se cerró. Y el entusiasmo creció cada vez más. “Nos juntábamos para tocar en los cumpleaños, con mi viejo, solo o como fuera, y a los quince años debuté con una orquesta que se llamaba “Los Zorros Grises".
“Mi padre tocaba con Ferrer y había un pianista de España que era muy bueno, y papá le dijo a Ferrer: `¿qué te parece si traemos al pibe?´. Ferrer tenía dudas: `¿Andará? Vamos a probarlo´. Ferrer escribía las partituras. La verdad, el primer tiempo me costaba una barbaridad; yo pensaba que no iba a andar. `Estudiá, que vos vas a andar´, me apoyaba mi padre. Y estudié, estudié y estudié. Me fui entusiasmando, y luego pasé a hacer yo mismo los arreglos. Después, formé el Cuarteto París, y ni pensar en dejar”.
Juventud alegre y pura…
Aunque la docencia y el tango le deparaban una vida a pleno, un día Maisano se preguntó qué iba a ser de su vida: “¿Soy un buen músico o me tomo esto como un hobby? ¿Pongo el pie en el tren o me quedo en Tandil?”. No anduvo con vueltas: “Me dije: `quiero ser un buen músico´, y me fui a estudiar”. Maisano buscaba profundizar experiencias en armonía, contrapunto y composición. Buscaba la “universidad” de la música, con los profesores José Luis Gregorio, el maestro José Martillota y Pedro Arturo Aguilar.
La elección, obviamente, le dio vastos conocimientos; pero, sobre todo, gratificación espiritual. Eso sí, el dinero siempre lo vio desde lejos. “Si me hubiera dedicado a la cumbia hubiera ganado mucho más”, bromea hoy Maisano, sin arrepentimientos. “Pero siempre fui de perfil bajo. Ni siquiera me gustó que vinieran a entrevistarme cuando estrenaron una obra mía en Olavarría”.
-¿Por qué ese perfil tan bajo?
-No lo elijo: soy así, soy yo. Cuanto más inadvertido paso, para mí mejor.
-Las gratificaciones materiales son escasas para los músicos de estos géneros. Otro, en su lugar, tal vez se sentiría que hubo un poco de injusticia…
-No sé. Injusticia fue lo que sucedió con Piazzolla en la Argentina: fue el músico del siglo XX y ¿cómo lo trataron? Como la última porquería. Tuvo que luchar contra todo el mundo, contra sus propios colegas. Decían que era el asesino del tango. Y nunca hubo tal asesinato.
-Convengamos que usted es un fanático.
-Es que, además del genio, fue el músico que obligó, con su forma de ser y de transmitir la música, a que los demás músicos volvieran a estudiar. Porque antes se vivía de noche y se dormía de día; no se estudiaba. De golpe, hubo que estudiar y, claro, ahora hay tantos que tienen la influencia de él… Fue como Wagner, en 1810, que dejó tanta influencia que durante muco tiempo no podían despegarse de él.
-Con esa formación es de imaginar que usted odia a Los Beatles.
-¡¡¡Nooo!!! Para mí, los Beatles son extraordinarios. Me enloquecieron. Me encantaron los temas que tenían. `Esto es distinto a todo´, dije, ¡Las voces que han creado! Y, con el tiempo, se fueron superando en una forma brutal.
-¿Ya no existe más esa dedicación que cultivaban los músicos en aquel entonces?
-Si, cómo no. Eso es algo que no se va a terminar nunca. En Tandil tenemos a Javier Logioia, nieto de Orbe, que ganó el concurso para director estable de la Sinfónica de Buenos Aires, y va a dirigir una ópera en el Teatro Argentino.
-Tipos que entregan su vida a una pasión.
-Es que es así. En todo debe ser así. Hace poco estaba el pibe este… el tenista famoso, Mariano Zabaleta, corriendo, y detuvo su entrenamiento para saludarme, de lejos: “Chau profe, genio”, y me pregunté, “¿por qué me dice esas cosas?” Y yo creo que tal vez sea por las cosas que les he dicho a los chicos en clase, porque perciben que uno les habló con sinceridad, con palabra simples. Y eso es involucrarse. Hay que involucrarse.
-No se olvide que esta es una publicación política… y eso último es toda una definición política.
-Y está bien. A los 70 años, yo soy un convencido de que hay que participar y debatir. Este país no ha tenido equilibrio: hemos ido de una gran dictadura a un gran libertinaje. Y así es que la Argentina aún no salió del infierno. Pero mientras haya gente honesta, yo veo que hay una luz después de muchos años de oscuridad. Y en Tandil, creo que, de una vez por todas, hay que buscar gente honesta, que tenga un pasado del cual no avergonzarse, y que se comprometa a trabajar con honestidad. Es lo que dije al frente del aula, siempre: “Alguno de ustedes, el día de mañana puede ser diputado, o Presidente los señalaba a los pibes- y tienen que tener un futuro que sea honesto. Compórtense con honestidad. Sé que hay cosas de la escuela que no les gustan, pero es eso lo que los va a formar. No hay mejor capital que la honestidad.
Julio Sosa, la historia que no fue
En Pinto al 700, el local donde ahora funciona un tenedor libre, se dio en los principios de los 60 un diálogo que estuvo a punto de cambiar el destino de Héctor Maisano: allí lo tentó Leopoldo Federico para que pasara a formar parte de la orquesta que acompañaba al uruguayo que arrasaba con todo, Julio Sosa.
El “varón del tango” había actuado en el Club Santamarina con la orquesta que dirigía Leopoldo Federico y que integraba otra leyenda, Oscar Ferrari. Oscar Poli -cantante, taxista y amigo de los músicos locales-, un fanático del Cuarteto París, fue quien al término de aquella presentación invitó a toda la orquesta a trasladarse hasta “El Trébol”, la confitería donde se presentaba el cuarteto de Maisano.
“Muchachos tengo algo para ustedes, para que los vayan a escuchar, los invito”, dijo Poli. Y aceptaron. Cuentan que Leopoldo Federico se volvió loco. Sorprendido por la presencia del célebre bandoneonista entre su público, Maisano no dudó en ir a saludarlo durante el intervalo. Pero Federico lo madrugó:
-Pibe, ¿qué hacés acá? Vos no podés estar acá.
-¿Cómo no voy a estar acá? Si vivo de esto, aparte tengo la escuela, todo…
-Una lástima. Pero cuando quieras, venite. Yo tengo la orquesta estable de Radio Belgrano, y aparte la orquesta con Julio….
Maisano quedó pensativo. Pero tras un prolongado cabildeo optó por desechar la posibilidad. “No me animé -cuenta ahora-. Tenía 22 años y mi familia, todos mis afectos en Tandil”.
Tiempo después, Beto Matti, el bandoneonista del Cuarteto París, fue a estudiar con Federico.Y corroboró el impacto que el pianista tandilense había tenido en él:
-¿Che, y el pianista aquel? preguntó Federico.
-Es amigo mío. Tocamos juntos respondió Matti.
-Era una barbaridad. Nunca me olvido de él.
Pocos años después el destino cortó la estridente carrera de Julio Sosa, pero la propuesta siempre replicó dentro Maisano: “Tal vez fue un error no haberme ido. No sé”, confiesa. “Pero no quise dejar la familia, los viejos. Uno está muy arraigado”.
El “varón del tango” había actuado en el Club Santamarina con la orquesta que dirigía Leopoldo Federico y que integraba otra leyenda, Oscar Ferrari. Oscar Poli -cantante, taxista y amigo de los músicos locales-, un fanático del Cuarteto París, fue quien al término de aquella presentación invitó a toda la orquesta a trasladarse hasta “El Trébol”, la confitería donde se presentaba el cuarteto de Maisano.
“Muchachos tengo algo para ustedes, para que los vayan a escuchar, los invito”, dijo Poli. Y aceptaron. Cuentan que Leopoldo Federico se volvió loco. Sorprendido por la presencia del célebre bandoneonista entre su público, Maisano no dudó en ir a saludarlo durante el intervalo. Pero Federico lo madrugó:
-Pibe, ¿qué hacés acá? Vos no podés estar acá.
-¿Cómo no voy a estar acá? Si vivo de esto, aparte tengo la escuela, todo…
-Una lástima. Pero cuando quieras, venite. Yo tengo la orquesta estable de Radio Belgrano, y aparte la orquesta con Julio….
Maisano quedó pensativo. Pero tras un prolongado cabildeo optó por desechar la posibilidad. “No me animé -cuenta ahora-. Tenía 22 años y mi familia, todos mis afectos en Tandil”.
Tiempo después, Beto Matti, el bandoneonista del Cuarteto París, fue a estudiar con Federico.Y corroboró el impacto que el pianista tandilense había tenido en él:
-¿Che, y el pianista aquel? preguntó Federico.
-Es amigo mío. Tocamos juntos respondió Matti.
-Era una barbaridad. Nunca me olvido de él.
Pocos años después el destino cortó la estridente carrera de Julio Sosa, pero la propuesta siempre replicó dentro Maisano: “Tal vez fue un error no haberme ido. No sé”, confiesa. “Pero no quise dejar la familia, los viejos. Uno está muy arraigado”.
Las bodas de oro del Cuarteto París
Siempre está volviendo
Gardeliano, apasionado de Julio Sosa y de Roberto Goyeneche, fanático al fin de todos los estilos del tango, desde Troilo hasta D' Arienzo, el profesor Héctor Maisano tiene una explicación muy sencilla para entender por qué el tango sobrevivirá, pese a lo que digan: “Tiene mucha amplitud. Cada cual lo toca como quiere”.
Autor de obras sinfónicas, de cámara y tango, Héctor seguirá con la música hasta el fin de sus días. “Hasta que me muera”, promete. En la tierra ya tiene un heredero de lujo: uno de sus hijos, Alejandro. Excelente guitarrista de rock, entre otros estilos.
Pero, mientras tanto, Maisano padre tiene mucho por recorrer: en Europa ya comenzó a dar vueltas un disco que contiene un tango de su autoría.
“Un amigo mío becado en Alemania desde hace diez años, Juan María Solare, tuvo la oportunidad de que Riccordi le editara un disco. Pero el gestor de todo eso fue Juan Perone, que vino y me preguntó si tenía un tango, porque estaba la posibilidad de que entrara un tango mío sobre quince compositores argentinos. Y quedó entre los seleccionados.”
Mientras tanto, 2008 será el año de las bodas de oro del Cuarteto París. Y el año del regreso. El cuarteto que integraban -integran- Héctor Maisano (piano), Norberto Matti (bandoneón), Aldo Matti (contrabajo) y Merei Brahín, tuvo un tremendo éxito en Tandil durante larguísimos años. La explicación era bastante sencilla: un estilo tan particular que no le
envidiaba nada a las mejores colegas porteñas de los 60 y 70.
Tal el así que, en 1962, invitados por el sello “Teca” el de Troilo, Salgán y tantas celebridades tangueras- grabaron un disco, en tiempos donde eso era un privilegio de unos pocos. Una vez más, los amigos fanáticos del Cuarteto París fueron lo que se encargaron de hacerlos llegar a la cima: la devoción tanguera de Walter Levi convenció a Castrogolpe, un capo del sello Teca, que escuchó a Brahín, Maisano y los hermanos Matti. ¿Conclusión? A los pocos días estaban grabando.
También quedaron grabadas en el alma de miles de tandilenses las veladas en la confitería de la cima del Parque Independencia, donde varias generaciones se dibujaron a sí mismas al ritmo de los compases del Cuarteto. El mismo que volverá a mediados del año próximo para celebrar sus bodas de oro.
Autor de obras sinfónicas, de cámara y tango, Héctor seguirá con la música hasta el fin de sus días. “Hasta que me muera”, promete. En la tierra ya tiene un heredero de lujo: uno de sus hijos, Alejandro. Excelente guitarrista de rock, entre otros estilos.
Pero, mientras tanto, Maisano padre tiene mucho por recorrer: en Europa ya comenzó a dar vueltas un disco que contiene un tango de su autoría.
“Un amigo mío becado en Alemania desde hace diez años, Juan María Solare, tuvo la oportunidad de que Riccordi le editara un disco. Pero el gestor de todo eso fue Juan Perone, que vino y me preguntó si tenía un tango, porque estaba la posibilidad de que entrara un tango mío sobre quince compositores argentinos. Y quedó entre los seleccionados.”
Mientras tanto, 2008 será el año de las bodas de oro del Cuarteto París. Y el año del regreso. El cuarteto que integraban -integran- Héctor Maisano (piano), Norberto Matti (bandoneón), Aldo Matti (contrabajo) y Merei Brahín, tuvo un tremendo éxito en Tandil durante larguísimos años. La explicación era bastante sencilla: un estilo tan particular que no le
envidiaba nada a las mejores colegas porteñas de los 60 y 70.
Tal el así que, en 1962, invitados por el sello “Teca” el de Troilo, Salgán y tantas celebridades tangueras- grabaron un disco, en tiempos donde eso era un privilegio de unos pocos. Una vez más, los amigos fanáticos del Cuarteto París fueron lo que se encargaron de hacerlos llegar a la cima: la devoción tanguera de Walter Levi convenció a Castrogolpe, un capo del sello Teca, que escuchó a Brahín, Maisano y los hermanos Matti. ¿Conclusión? A los pocos días estaban grabando.
También quedaron grabadas en el alma de miles de tandilenses las veladas en la confitería de la cima del Parque Independencia, donde varias generaciones se dibujaron a sí mismas al ritmo de los compases del Cuarteto. El mismo que volverá a mediados del año próximo para celebrar sus bodas de oro.
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